Así convocados por la emoción primera y supuestas, invocados y centrados, a mogollón o con una selección que nos parece exquisita… Solo teníamos dos sentidos, aparte de lo sensitivo de los pies y las piernas, por el rato. Prestar el oído que escucha al emisor de sonidos que nos conmueven porque eso empezamos a pensar  desde el primer día que le oímos, y acompañar con ello a los ojos pendientes de la descripción que hace sobre el alto o bajo escenario de la transmutación el personaje o los personajes de sus propias notas de color, gorjeos de pájaro o mamífero es lo que nos mantiene así en silencio o con un vítore que es una palabra muy romana. Allí se desenfrena una verborrea que nos explica por un instante historias como las nuestras, o sea a nosotros mismos. En esos momentos nuestra historia  no es eso: es presente, vivencia, experiencia que es en lo que se basa todo el turismo cultural y de riesgo, esto último es un decir, porque antes de que se abriera la función teníamos todo preparado, otra cosa es como saliera, como se deglutió y digirió. Pero eso era la cosa, los nuestro, oídos y vista, pendientes de un hilo, del aire, de la vibración y del compuesto pienso que esperábamos. Salimos satisfechas porque éramos testigos de parte, aún creyendo que los otros lo eran de cargo. Fuimos la misma cosa en lugares distintos, eso quisimos creer, tan satisfechos.