Subía aquel día el rey moro
camino de su alcazaba
y le adelantó un paisano
que grandes prisas llevaba.
-¿A do vais? Preguntó el rey.
Y el paisano contestara:
-Voy al gimnasio volando
a recuperar la calma.
-¿La calma decís? Buen hombre.
-La calma, señor. La calma;
Esa calma que he perdido
en estos días de Pascuas:
comiendo mi buen marisco
de gordas y rojas gambas
y después el cochinillo,
la ternera con sus papas,
los huevos bien estrellados,
las chuletas bien asadas,
y los postres navideños
aquellos que nunca faltan
los turrones, mazapanes,
roscones, fruta escarchada
y unas copitas después
para terminar la farsa
que representamos siempre
por fechas tan señaladas.
Mientras se mueren de hambre
mil niños cada semana,
según nos cuenta la tele
y hay que asociarse a las causas
de esos niños desnutridos
que nos lanzan las miradas
tristes de sus grandes ojos
tristes y desesperadas.
¡Pero esto es el progreso!
¡El primer mundo! ¡Qué pasa!
¡Hay que divertirse a tope!
¡Tal que no hubiera mañana!
Sin pensar en otros mundos
donde bien muestran sus caras
los cuatro infames jinetes
que de Apocalipsis llaman.
el hambre, la peste, el miedo,
y la muerte descarnada.
Así que voy al gimnasio
a perder la tonelada
de grasa que he acumulado
en estas fiestas pasadas.
Pues bien haces dijo el rey.
Y marchó hacia la alcazaba
con un rictus en su boca
diciendo… ¡Felices Pascuas!

Alí Caído (El morisco deprimido)